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Las mejores películas del siglo XXI (VI)

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El Gran Hotel Budapest es una película del realizador Wes Anderson filmada en 2014. Cuenta una de las historias de amistad más auténtica y divertida que se recuerdan en los dos o tres últimos lustros. Lo hace de forma coral y lo hace intentando dibujar la Europa de entreguerras, la decadencia, el territorio de la melancolía que nos obliga a echar la vista atrás para reinventarnos en nuestra propia modernidad.

El Gran Hotel Budapestes color, es ironía y sarcasmo, es ternura y es cine; también, es el universo literario de Stefan Zweig.

El que condene a Wes Anderson por ser un esteta caprichoso y poco más estará cometiendo un error enorme. En el cine de este hombre, la planificación de cada escena es milimétrica, los encuadres precisos y originales, la elegancia en el movimiento de la cámara una especie de bálsamo, los montajes son inteligentes, las bandas sonoras formidables. Cada detalle es cuidado hasta el extremo. En esta película, además, el guion se salpica de frases rotundas que permiten a los personajes principales creer sin descanso. Todo está preparado para estar al servicio de la trama principal, de esa historia de amistad a la que me refería.

Ralph Fiennes defiende su papel con una contundencia, con una solvencia, que tira de espaldas. Maravilloso trabajo. Le acompaña un Tony Revolori asombroso. Los dos están estupendos. Pero Bill Murray, F. Murray Abraham, Adrien Brody, Edward Norton, Harvey Keitel, Jude Law, Willem Dafoe o Jeff Goldblum o Tilda Swinton, entre otros y con papeles muy cortos, convierten sus intervenciones en algo divertido y extravagante. El espectador siente que todos disfrutan de lo lindo delante de la cámara.

No puedo seguir sin destacar cómo nos cuentan la huida de la cárcel de unos presos espantosos, violentos y sanguinarios (casi todos) que resulta muy, muy, graciosa. Anderson es capaz de contar lo horrible arrancando una sonrisa del espectador.

El fotógrafo Robert D. Yeoman busca el color imposible, la luz necesaria para que la realidad se torne surreal, y la belleza hasta en los objetos más cutres.

Otro aspecto más que interesante de la película es el narrador elegido. Es el mismo tipo que, en literatura, se conoce como narrador apoyado. Un escritor cuenta lo que le contó una persona que encontró tiempo atrás en el Gran Hotel Budapest y que había vivido la acción en el pasado lejano. Estos filtros permiten a Wes Anderson cierta versatilidad con las voces y todo tiende a tener un hueco en el conjunto sin que se le pueda acusar de utilizar puntos de vista erróneos.

Anderson utiliza elementos de animación que acompañan a los personajes. Consigue con ello que todo se tiña de cierta melancolía, de esa autenticidad que aporta la fantasía y, sobre todo, de un humor cristalino magnífico.

La película es muy agradable para el espectador. Y los más cinéfilos disfrutarán con las constantes referencias a Ernst Lubitsch.

Mientras Wes Anderson siga creando personajes como Monsieur Gustave y su ayudante Zero podremos continuar reconciliados con el cine.


Un «retelling austeniano» de calidad

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Lo bueno de revisar a los clásicos es que, dependiendo de la edad y las circunstancias en que lo hagamos, nos permiten descubrir matices y detalles en los que raramente habríamos reparado con una única lectura. Eso nos pasa con Don Quijote, La vida es sueño o La Regenta, pero también con Cien Años de Soledad o El retrato de Dorian Gray; obras cuya relectura se hace más necesaria a medida que nos convertimos en adultos, y cuyo poso intelectual y humano nos colma en función de nuestra experiencia. Una de las autoras a las que podemos regresar siempre con agrado es Jane Austen, creadora de títulos imprescindibles de la historia de la literatura, como Orgullo y Prejuicio. No en vano, además de retratar con maestría la sociedad de su tiempo —la época georgiana—, de hacernos reflexionar sobre la condición de las mujeres, o de esbozar historias de amor que trascienden espacio y tiempo, es capaz de provocarnos la risa como pocos. Y todo ello pese a publicar únicamente seis novelas y algunas obras cortas, ser prácticamente obviada por la crítica de su tiempo y fallecer a los cuarenta y un años.

«Honda y madura observación del comportamiento humano»

Pese al reconocimiento mundial del que hoy gozan personajes como Elizabeth Bennet, Fitzwilliam Darcy, Emma Woodhouse o Elinor y Marianne Dashwood —las adaptaciones a la televisión y el cine tienen buena culpa de ello—, probablemente sea Persuasión, su obra póstuma, la más rotunda de todas las escritas por Austen. Esto se debe, quizás, al hecho de recoger todas las características de su estilo, ser redactada en la madurez e incluir puntos en común con su propia biografía. Como bien apunta la profesora María Perpetua Caja: «en Persuasión, Jane Austen abandona la minuciosa observación naturalista de la cotidianidad característica de la novela anterior, Emma; para realizar en ésta, una honda y madura observación del comportamiento humano». Algo en lo que ya reparó la gran Virginia Woolf, llegando a alabar la validez de la novela en los siguientes términos: «La emoción expresada en la escena del concierto y en la famosa conversación sobre la constancia femenina demuestra, no sólo el dato biográfico de que Jane Austen había amado, sino el dato estético de que ya no le daba miedo decirlo». Y es que, de todo lo creado por Austen en su corta vida, Persuasión es la única novela de la que se puede decir que es básicamente una historia de amor.

Homenajeando a Austen

Todo lo expuesto viene a colación del último trabajo de Anna Casanovas, Buenas intenciones (Umbriel), que reescribe y homenajea el clásico de Austen con valentía, humor y una buena dosis de talento. ¿Su fórmula? Valerse de la historia original de Anne Elliot para trasladarla a un siglo XXI donde la inteligencia artificial forma parte de nuestro día a día. Un escenario que permite a los lectores reencontrarse con el clásico de un modo amable y divertido, y a la escritora jugar con personajes como Tom Lefroy, el hombre que supuestamente le rompió el corazón a la propia Jane. Dotado de una serie de virtudes que nos hacen recordar a la británica, Buenas intenciones se lee con agrado desde la primera a la última página, pues nos introduce en espacios comunes de nuestro cotidianeidad de una manera peculiar: evocando la época romántica desde el lenguaje posmoderno y utilizando cuantos recursos halla a su alcance. Por poner un ejemplo, haber elegido Bath —la ciudad británica donde se desarrolla el clásico—, ya es un tanto a su favor. No solo por su magnetismo urbano y patrimonial, sino por conectar con el espíritu georgiano. Esto se consigue gracias a una profunda admiración y conocimiento de la obra y vida de Austen por parte de la escritora catalana, y al uso de dos historias paralelas —marca de la casa— que consiguen enganchar de inmediato. No en vano, este retelling contemporáneo, irónico y por momentos feminista de Persuasión bebe con entusiasmo de las fuentes originales y las homenajea, pero sin llegar a reescribirlas. Por el contrario, parte de su encanto reside en la traslación no literal sino a modo de guiño, de muchas de las peripecias de sus protagonistas. Personajes a los que, por cierto, la autora de Herbarium. Las flores de Gideom, presenta de manera pausada y profusa. Esto, al margen de la anécdota austenita, convierte a Buenas intenciones en un retrato intimista que camina por la senda de la buena literatura y cuya prosa, además de remitir a la responsable de Mansfield Park y La abadía de Northanger, puede considerarse por momentos deliciosa. En suma, un libro que además de festejar el doscientos aniversario de Persuasión, confirman a Anna Casanovas como una escritora a tener en cuenta.

Admirado profesor Achúcarro

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Imaginen que alguien se dedicara a rasgar cuadros en una exposición, pues así se comporta parte del público que acude al Maestranza, da igual que sea a un concierto sinfónico, una ópera o, como en este caso, un recital de piano. Toses nerviosas, móviles, caídas de objetos, envoltorios de caramelos, y ataques inevitables de tos que debieran evitarse abandonando la sala, reventaron impunemente lo que fue sin duda uno de los acontecimientos más sobrecogedores de la presente temporada, el regreso del gran e insigne pianista Joaquín Achúcarro a nuestra ciudad. La última vez que tuvimos ocasión de disfrutarlo fue hace cuatro años en un concierto de abono de la ROSS. Igual de ágil y de expresivo que antaño, Achúcarro se ha convertido en un milagro, un prodigio de la naturaleza que, como algunos y alguna otra pianista de su generación, estamos pensando en Leonskaja, mantiene intacta su capacidad para extraer del teclado todo un torrente de emociones sin acuse alguno de la edad y la veteranía. Una capacidad que se extiende en su caso además al arte de la locutoria, fiel a su costumbre de introducir cada pieza que interpreta y dar así rienda suelta a su faceta docente y didáctica, todo un placer para el oyente. Menos mal que a pesar de los atentados referidos el público contestó con tanto entusiasmo y veneración que arrancó del artista un sincero y humilde gesto de agradecimiento.

Acaba de editar un disco con los Preludios de Chopin, que ya interpretó en Sevilla hace años en la Sala Turina, y con ellos nos embelesó en la primera parte del concierto. Dejando claro que el ciclo se debe entender como un todo compacto y único y no como breves joyas separadas, Achúcarro recorrió el sinfín de emociones que contienen las veinticuatro piezas con honda reflexión, una fantástica articulación y grandes dosis de elegancia y sutileza. Desde un desolador nº 2, pasando por un exuberante nº 5, un tumultuoso nº 8 o un melancólico nº 15, exploró en todo momento la emoción y la expresividad, indagando en su espíritu y ánimo, sin descuidar la técnica, que sigue dominando a la perfección, e imprimiendo en algunas piezas una mirada tan íntima y personal que a veces parecía teñida de ese impresionismo en el que es un indiscutible maestro y con el que parece quiso dejar clara una posible anticipación del compositor polaco, al menos en algunas de sus obras.

Ese mismo impresionismo protagonizó una segunda parte que arrancó con el vals La plus que lente de Debussy, en el que al igual que los preludios de Chopin no buscó la belleza ni el mero encanto, sino que se precipitó al fondo de su alma, su misterio y reflexión. Y por esos derroteros continuó con la triple habanera propuesta en La puerta del vino, La velada en Granada y el Homenaje en forma de tombeau que Falla dedicó al maestro impresionista, logrando efectos tan hipnóticos como seductores. Una exhibición que culminó con una página magistral, el Gaspard de la nuit de Ravel en el que Achúcarro es todo un experto, y así volvió a demostrarlo, combinando delicadeza y misterio en Ondine, desolación e inquietud en la muy marcada y obsesiva Horca, y atmósfera macabra y vertiginosa, de tintes pesadillescos en Scarbo, salvando toda su complejidad técnica con asombrosa facilidad. El entusiasmo desatado propició tres propinas, un delicadísimo pero nunca narcisista Claro de luna de Debussy, una elegante Habanera de Ernesto Halffter y un milagroso y preciosista Preludio para mano izquierda de Scriabin. Prodigio de expresividad, entusiasmo y dominio del arte en todas sus vertientes.

Crítica MÚSICA à Juan José Roldán

JOAQUÍN ACHÚCARRO *****

Ciclo de piano. Joaquín Achúcarro, piano. Programa: Preludios Op. 28, de Chopin; La plus que lente (vals), La puerta del vino y La soirée dans Grenade, de Debussy; Homenaje a Debussy, de Falla; Gaspard de la nuit, de Ravel. Teatro de la Maestranza, lunes 17 de diciembre de 2018

‘El Duende de Sevilla pasa por la Primera Vuelta al Mundo’

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El pasado 13 de diciembre tuvo lugar la presentación de la película El Duende de Sevilla pasa por la Primera Vuelta al Mundo en el Pabellón de Uruguay -Universidad de Sevilla-, última producción de la Plataforma Audiovisuales Culturales y Solidarios (A.C.Y.S).

En el transcurso del acto, conducido por Mari Paz Oliver (RTVA), el joven estudiante de Arte Dramático Alberto Arroyo presentó su libro Crea trabajo como intérprete, Israel Redondo (A.C.Y.S.) comentó los fines sociales de la Plataforma y Alberto García (A.C.Y.S) anunció a los presentes el próximo proyecto, titulado El Duende de Sevilla pasa por la Ciudad Universal. Finalmente, Alfonso Vidán, realizador de la obra presentó al actor principal Alonso Heraclio, que encarna a Juan Sebastián Elcano, despidiendo la sesión Mª del Carmen Rodríguez, asesora histórica y artística de la Plataforma.

Asistieron Javier Albert Pérez, Comandante Naval de Sevilla; João Queirós, Cónsul de Portugal; Ion Irurzun y Alaia Berriozabal, de la Fundación Elkano de Guetaria (Guipúzcoa); Antonio Gil, del Distrito Cerro-Amate; representantes de las Asociaciones AAVV Constelaciones, AES Candelaria, Múltiplo Social (Higuera de la Sierra) y Acción se Rueda (Dos Hermanas), así como los participantes de la obra.

Audiovisuales Culturales y Solidarioses una plataforma sin ánimo de lucro que trabaja en el campo audiovisual concarácter socialysolidario, habiendo ayudado, entre otras, a las siguientes entidades: Cáritas, Polígono Sur, Grupo Rodamos, Asociación Múltiplo Social, Asociación Acción se Rueda, Fundación contra la Hipertensión Pulmonar, así como estudiantes de Comunicación y Arte Dramático, centrándose en la actualidad en la realidad de las Tres Barriadas sevillanas -La Candelaria, Los Pajaritos y Madre de Dios-.

Por su trayectoria, carácter y difusión cultural, cuenta con el aval y apoyo de la Dirección General de Innovación Cultural y del Libro de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, trabajandoen una doble vertiente: realización de obras audiovisuales de producción propia y apoyo a diferentes entidades y asociaciones con fines audiovisuales en la realización de sus proyectos.

El Duende de Sevilla pasa por la Primera Vuelta al Mundo es el tercer capítulo de una serie con un denominador común: un personaje -el duende- que narra la historia de la ciudad a través de sus personajes y principales episodios. En 2017 fue rodada El Duende de Sevilla pasa por el Real Alcázar y en 2018 El Duende de Sevilla pasa por las Leyendas. El Duende de Sevilla pasa por la primera vuelta al mundo conmemora el V Centenario de dicho acontecimiento, uno de los más importantes de la historia universal.

La Plataforma cuenta en su currículum con numerosas obras, entre las que destacan Un Cardenal Pastor y Amigo (2007), Al-Mutamid, el último Rey de Andalucía (2009), seleccionada para la VII Edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla; Juan de Mesa, del olvido al Gran Poder (2012), Mañara (2016) o Murillo (2017), seleccionada para la Exposición Murillo en la Catedral de Sevilla, La mirada de la Santidad; entre otras, todas ellas realizaciones de Alfonso Vidán.

Las mejores películas del siglo XXI (VII)

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Lars Von Trier es uno de los fundadores del movimiento Dogma 95 que intenta una vuelta a los orígenes del cine y, así, una utilización mínima de efectos especiales. Eso ha marcado toda la obra, en mayor o menor medida, del realizador danés.

Dogville es uno de los máximos exponentes de estas ideas manejadas por Lars Von Trier. El realizador coloca al espectador ante un espacio en el que no existe atrezo ni apenas material escénico. Unas rayas blancas pintadas en el suelo delimitan los distintos espacios (casas, almacenes, templos...); los muebles son escasísimos; cada elemento se construye mínimamente con elementos simples. No hay banda sonora. Podría ser cualquier lugar, podría ser cualquier tiempo (es verdad que parece que la acción sucede en la América profunda y Von Trier lo aclara en los créditos utilizando fotografías y haciendo sonar el tema de David Bowie Young Americans). De este modo, el espectador queda ante la historia, ante los personajes, escuchando los diálogos; el espectador debe interpretar, indagar, tomar posiciones ante lo que le cuentan... que es espantoso. Porque la película de Lars Von Trier quiere investigar en la condición humana, quiere descubrir cómo puede aparecer la maldad, dónde reside, por qué llega siempre. Ante lo artificial de la propuesta, ante una teatralidad exagerada en una película de cine, el espectador se encuentra atrapado y sin remedio. Por cierto, la voz en off de John Hurt nos presenta la historia como si fuera un cuento, para que no queden dudas sobre las intenciones.

Los valores que sostienen cualquier moral y ética van desapareciendo según avanza la trama para dejar hueco al egoísmo, la hipocresía, la codicia, el racismo, el clasismo, la injusticia, la falta de empatía, el maltrato... El universo que nos enseñan es perturbador, el dolor inunda todo. Y, aunque el espectador ha tomado distancia, todo le cae encima como una manta. El resultado de una propuesta como Dogville es demoledora. Porque el mal provoca más mal y solo puede contenerse con más mal.

La película acumula muchos minutos y eso permite que los personajes se desarrollen bien. Aunque hay un aspecto muy interesante en el trabajo del danés: siempre queda reservada una sorpresa porque no terminamos de conocer bien a esos personajes que llegan a extremos terribles en su condición. De hecho, el final de la película es un giro brutal que debería resultar desolador, pero que llegamos a entender ante esa decadencia que hemos conocido.

El realizador nos agarra de las solapas y nos zarandea sin remilgos. ¿Hay sitio para la bondad en el mundo? ¿Qué es capaz de esconder una persona en las zonas de maldad? ¿Qué es capaz de hacer el ser humano? ¿Es el hombre capaz de depredar a otro sabiendo lo que hace?

Grace es el personaje que interpreta Nicole Kidman. Lo hace francamente bien. Como todo el elenco. Es una mujer que llega a Dogville escapando de la policía y de unos gánsteres. Gracias a un joven filósofo, la comunidad acepta que se quede y ella intenta corresponder ayudando en distintas labores. Pero no hay nada peor para un grupo que enfrentarse (debido a la llegada de un externo) a sus propias miserias. Los valores se desmoronan porque eran falsos, la maldad es terrible, la brillantez y a bondad y la integridad tratan de combatirse para ocultar las carencias.

Dogville es una de las mejores películas que se han filmado en este siglo. Sin duda alguna. Por su originalidad, por su contundencia al poner los problemas sobre el tablero, por las interpretaciones de un grupo de actores dirigidos con maestría, porque hace que el espectador tenga el deber de plantearse asuntos tan serios como si la violencia es tremenda o, por el contrario, puede llegar a ser alentadora.

Las mejores novelas de la Historia (X)

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Virginia Wolf es una de las mujeres más importantes de la historia de la literatura. En el momento en que los artistas descubrieron el subconsciente e intentaron apresarlo, el mundo cambió. Virginia fue una de ellos y esa investigación, que dio a luz obras asombrosas por la descripción de los sentimientos, le costó a la escritora la angustia, la locura y la muerte.

Orlando es una fábula histórica en la que por vez primera, la literatura -descartados los mitos griegos- nos enfrenta a una persona que no es hombre ni mujer porque es ambas cosas.

A lo largo de una vida que se prolonga más allá de los límites de lo razonable, Orlando analiza su interior cambiante en una parábola conmovedora.

Esa vida eterna se desarrolla paralela a un litigio que dura siglos. Es una crítica a la sociedad de su época. En ese tiempo interminable, Orlando habla sobre el transcurrir de las eras y reflexiona sobre la historia, pero por encima de todo es un canto a la emancipación de la mujer y a la libertad individual. Una investigación sobre el género y la identidad sexual.

La narración recorre lujosos marcos históricos: la embajada del Zar de Rusia recibida en Londres sobre el Támesis helado, la corte literaria de la Reina Virgen o Constantinopla sometida el sultanato.

Dicen que Virginia encubrió bajo el nombre de Orlando una biografía novelada de su amiga Vita Sackville-West. Se publicó en 1928. El grupo de Bloomsbury del que la autora formó parte ha pasado a los anales de la literatura por la renovación que impulsó.

A los lectores en castellano, Borges nos hizo la dádiva de una traducción única que conviene buscar.

Orlando es una novela honda y hermosa.

Debut de las ninfas del Maestranza

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Tenemos que empezar dando un tirón de oreja, porque no es de recibo que se gaste tanto papel para imprimir los textos que acompañan las músicas programadas para luego oscurecer la sala y no dejar atisbar apenas una letra. Incluso sería mejor proyectar los textos en una pantalla y evitar así tanto gasto y atentado medioambiental. Algunas de las voces femeninas más destacadas del Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza se dieron cita en la primera entrega de un nuevo ciclo dedicado a coros de cámara. Una experiencia piloto auspiciada por el esfuerzo y el trabajo de Íñigo Sampil al frente del conjunto desde hace ocho años, y por la ilusión de estas voces que realizan así su debut en formación de cámara con un programa integrado por piezas pertenecientes a un género y un estilo muy poco frecuentado en nuestra ciudad, ni aquí ni en ningún otro espacio cultural, donde estamos más acostumbrados al barroco a la hora de disfrutar de conjuntos camerísticos vocales.

Después de tantos años centrados prácticamente en óperas y obras sinfónico-corales, era natural que el estilo intimista y recogido de estas propuestas se les resistiera al conjunto, pero quedaron elementos suficientes de juicio para esperar en el futuro, tras el pulimento y las correcciones pertinentes, resultados mucho más estimulantes. Así, las canciones que Brahms compuso para su propio coro en Hamburgo, de aires exquisitos y profundamente románticos, tan evocadoras como afectivas, acusaron cierta rigidez en la forma y épica en la expresión que no casaba bien con el tono inconsolable de Es tönt ein voller Harfenklang (Suena el arpa), ni mórbido de Komm herbei, komm herbei, Tod (Largo de aquí, muerte) con texto de Shakespeare, o bucólico de Der Gärtner (El jardinero), todas de aires melancólicos y desesperados que las voces no acertaron a transmitir. Tampoco las trompas estuvieron refinadas, más bien destempladas e inseguras. Quien sí triunfó, aquí y en el resto de la velada, fue Daniela Iolkicheva, con un dominio técnico y expresivo absoluto de la difícil y compleja arpa.

De aires británicos, como las canciones de Brahms, podemos tildar los Himnos corales del Rig-Veda, de origen sánscrito, que Holst extrajo de la tradición hindú y que encontró en el coro una estética igualmente tosca y fuera de estilo, dicho siempre desde el respeto y la admiración que merecen sus integrantes, y sin discutir que en timbre y tono lograron un equilibrio generalmente difícil de conseguir. El más largo de los ciclos propuestos, la Ceremonia de Villancicos macarrónicos recopilados de la tradición medieval inglesa por Benjamin Britten, fue también el que mejores resultados brindó, a pesar de prescindirse de las voces masculinas. Con una acertada puesta en escena para la procesión y la recesión que los enmarca, el resto de las piezas brillaron más en expresividad y tono, destacando el brío empleado en cantos como el Wolcum Yole! y el muy singular y diabólico con efecto eco de This Little Babe, así como los solos desplegados en That Yongë Child y Balulalow, tan cándidos y emotivos como el dúo Spring Carol. Nos hubiera gustado poder identificar a las artífices de estos encantadores momentos, pero a quien sí podemos felicitar es a Iolkicheva, que además de acompañar con abundante refinamiento, ofreció un interludio suave y angelical, de matrícula de honor.

CORO A.A. MAESTRANZA ***

Ciclo Coros de Cámara. Coro Femenino de Cámara de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Íñigo Sampil, director. Daniela Iolkicheva, arpa. Manuel Enamorado y Rafael Conde Astasio, trompas. Programa: Vier Gesänge Op. 17, de Brahms; Himnos corales del Rig-Veda (tercer grupo) Op. 26, de Holst; A Ceremony of Carols, de Britten. Sala Manuel García delTeatro de la Maestranza, martes 18 de diciembre de 2018

Exposición ‘Destino Incierto’ por el Día de las Personas Migrantes

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Con motivo de la celebración ayer del Día Internacional de las Personas Migrantes, Fundación Tierra de hombres inauguró en el Hospital Quirónsalud Sagrado Corazón, la exposición Destino Incierto, una muestra didáctica que aborda el fenómeno de las migraciones desde una visión crítica y global. La muestra permanecerá expuesta en el centro del 18 de diciembre al 7 de enero, coincidiendo con el periodo navideño, señaladas fechas en las que la concienciación social cobra especial relevancia.

Destino Incierto es una muestra compuesta por siete paneles didácticos que ofrecen una visión amplia y objetiva acerca del fenómeno migratorio. La exposición parte de una premisa fundamental: la necesidad de apelar al conocimiento para vencer el rechazohacía las personas inmigrantes.

Los contenidos de la exposición hacen hincapié en informaciones clave como el hecho de que no estamos ante un fenómeno nuevo, sino una constante que se viene produciendo desde el origen de la humanidad, que en la base de las migraciones no siempre está la pobreza, pues hay tantas motivaciones subyacentes como personas o que el número de personas migrantes permanece estable y es muy inferior al inferido (3,15% de la población mundial).

Esta actividad está enmarcada dentro del proyecto “Refugio Seguro II: Fortalecimiento de actitudes interculturales positivas a favor de la Infancia Migrante” financiado por Obra Social "la Caixa" y el Ayuntamiento de Sevilla e inserto en la campaña internacional “Destination Unknown: Protect children on the move”que promueve Terre des hommes International Federation. Un proyecto que desea favorecer en la sociedad andaluza en general y en la población infantojuvenil en particular, actitudes que promuevan una visión positiva de la Interculturalidad, en una época política y socioeconómicamente adversa que favorece el repunte de actitudes xenófobas y el enfrentamiento de las clases más desfavorecidas. Su objetivo, aúna el deseo de fortalecer actitudes que promuevan el diálogo entre culturas, el reconocimiento mutuo de sus valores y la necesidad de derribar prejuicios y estereotipos reinantes, con especial atención al pensamiento etnocentrista.

Quirónsalud Sagrado Corazón está vinculado a la Fundación Tierra de hombres desde 1998, colaborando con el programa “Viaje hacia la Vida”, a través del cual se han operado cerca de 70 niños de distintas patologías, fundamentalmente cardiológicas, oftálmicas y traumatológicas, gracias a la colaboración altruista de todos sus profesionales.


El amor, Puccini y Robert Wilson

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Al acabar la función, comentaba con un excelente amigo cómo los programas antiguos del Teatro Real de Madrid o del Gran Teatre delLiceu de Barcelona o del Teatro de la Maestranza de Sevilla, por ejemplo, se componían de distinta forma a la actual. Antes, al principio, con un tipo de letra más grande, aparecían los cantantes y los músicos; a continuación, en un tipo de letra más discreta, director de escena y poco más. Algunos de los que aparecen, hoy, con protagonismo, antes, ni estaban. Y esto, aunque parezca una cuestión más estética que otra cosa, lo que marca es una enorme diferencia entre lo que siempre fue la ópera y la senda que transita en la actualidad. ¿Cuándo la ópera dejó de ser un espectáculo en el que los cantantes y la música eran claros e indiscutibles protagonistas?

Turandot, todo hay que decirlo, es una ópera que no acepta mal que le despojen de el artefacto estilístico que se impuso sobre el escenario desde que se estrenó el año 1926. Porque Turandot es, además de la última ópera de Giacomo Puccini, una meta a la que se quería llegar durante esos años en los que las vanguardias y una forma de entender el universo, alejada a marchas forzadas del realismo, se imponía. La propuesta del director de escena, Robert Wilson, es muy parecida a la que hace siempre en sus trabajos. Los cantantes se mueven lo justo y expresan como pueden lo que con una mayor libertad de movimientos conseguirían con facilidad. Excepto el trío formado por Ping, Pang y Pong (Joan Martín Royo, excelente como actor y a un nivel vocal muy alto; Vicenç Esteve y Juan Antonio Sanabria, más discretos aunque correctos en todos los ámbitos), sobre el escenario todo lo que tiene que ver con los cantantes está al servicio del concepto que Wilson impone. Simetrías absolutas, figurines por aquí y por allí, un tratamiento del color y de la luz extraordinario por su simbología y su exactitud, respectivamente; espacios reservados para la deidad que son, al menos, espectaculares... Mucho Wilson, pero poco Puccini. Mucho Wilson, pero poco expresar con el cuerpo. No hay que olvidar que, aunque esta ópera de Puccini era una llegada y una línea de salida, era, la fin y al cabo, una ópera de Puccini; es decir, la emotividad no falta en la partitura y se deja en el cajón del olvido en esta producción.

En líneas generales eso es así, pero sería injusto no decir que en el caso del personaje Liù, la cosa cambia. Qué bien maquillada, qué bien vestida y, sobre todo, que voz tan bonita, tan emocionante, la de Miren Urbieta-Vega. Hacía tiempo que no escuchaba un timbre tan emocionante sobre el escenario del Teatro Real de Madrid. La cantante, como todos los demás, movió solo las manos, solo la cabeza y dio unos pasitos para aquí y otros para allá, pero expresó en sus intervenciones todo lo que, sin duda, el compositor tenía en la cabeza cuando pensó en ese personaje. Por cierto, Liù es el último resquicio de la ópera que Puccini comenzaba a abandonar al componer Turandot.

Roberto Aronica defiende el papel de Calaf con solvencia. De menos a más, sin grandes alardes aunque sin problemas, Aronica sale ileso. Giorgi Kirof, muy justo de voz. Raúl Giménez, cumple. Oksana Dyka, descontrolada en los agudos, vacía de expresión, muy poco convincente. Habrá que pensar que este papel no es el mejor que puede interpretar, que no ha tenido el mejor de sus días o algo así.

El coro, estupendo. Como siempre aunque esta vez, con un protagonismo extraordinario para ser una ópera de Puccini, las voces lucen más y mejor.

Nicola Luisotti, director musical, hace un trabajo formidable. Sabe que la clave está en contar una historia fantástica, llena de matices, una historia que trata de hacer un repaso completo por lo que significa eso que conocemos como amor, y no se anda con rodeos. Muy bien, Luisotti. Enérgico al mismo tiempo que delicado, contundente.

Turandot es en sí misma una experiencia para el espectador. En esta ocasión lo es en mayor medida puesto que se ataca la obra desde una propuesta valiente que rebusca en la partitura lo nuevo para mostrarlo sin filtros. Gustará más o menos, pero no deja de ser interesante.

El sevillano Famous se impone en una reñida final de Operación Triunfo

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Se postulaba como una final reñidísima, y no ha decepcionado. Operación Triunfo 2018 ha saldado esta noche tres meses de éxito con Famous como ganador con un 36 por ciento de los votos, a tan solo un punto de la subcampeona, Alba Reche.

Un punto que le ha valido al joven de Bormujos (Sevilla) los 100.000 euros de premio de esta edición de "OT" que ha ganado interpretando "And I Am Telling You I'm Not Going", de Jennifer Hudson, y que comenzaba hace 92 días con mucho nivel y dieciséis aspirantes que se reducían a cinco al principio de esta noche.

Alba Reche, Natalia, Famous, Sabela y Julia se han medido las fuerzas esta velada, en orden alfabético, en el plató del programa de La 1 de TVE y también en las redes sociales, que se dividía desde hacía días por elegir al sucesor de Amaia Romero, que ha regresado al escenario para coronar al joven de 19 años.

Visiblemente sorprendido, Famous se quedaba mudo al escuchar su nombre después de ese 36 % de los votos, seguido de cerca por Alba Reche (35 %) y por Natalia Lacunza, que partía como favorita al principio del "talent" pero que finalmente ha quedado tercera en el podio con un 29 % de apoyo del público.

"Eres gigante, una bestia en el escenario. Lo tienes de fábrica, innato", elogiaba Ana Torroja, junto a Manuel Martos y Joe Pérez Orive, al ganador de la noche tras defender "And I Am Telling You I'm Not Going".

Con Pablo Alborán acompañando a Roberto Leal, y los familiares de los aspirantes pendientes desde las gradas, se han cerrado las líneas de la primera ronda de votaciones de la noche, que sacaba de la clasificación final a Sabela (12 % de los votos) y Julia (10 %), que habían defendido sus estilos con "Tris Tras", de Marful, y "Déjame ser", de Manuel Carrasco, respectivamente.

Alba Reche, Natalia y Famous tenían todavía que volver a sus orígenes e interpretar las canciones que escogieron para la "gala cero" del concurso, donde han podido lucirse y dejar patente la evolución durante su estancia de 92 días en la Academia de Operación Triunfo, con Noemí Galera a la cabeza.

Entre actuación y actuación han ido subiendo al escenario los invitados de la noche, y no han faltado vídeos recopilatorios entre humorísticos y lacrimógenos y entrevistas a los finalistas de esta edición que, también, ha estado marcada por supuestas relaciones o "shippeos", monopolizando los chismorreos virtuales las parejas Alba y Natalia, Miki y Natalia o, en los inicios, Julia y Carlos Right.

Inevitables "salseos" viendo el día a día de dieciséis jóvenes a través de YouTube, que han hecho de esta una temporada intensa en la que no han faltado mensajes feministas o en favor de colectivos como el LGTB, y que ha pasado por La 1 de TVE con una gran presencia femenina.

Con cuatro mujeres finalistas y un ganador culmina una edición trufada también de polémicas, como el "mariconez" de la canción de Mecano "Quédate en Madrid", la abrupta salida de Itziar Castro como profesora de interpretación y la consiguiente reincorporación de "Los Javis" o la denuncia por parte de algunas concursantes por no recibir durante semanas asistencia psicológica.

Tampoco han faltado las críticas, empezando por la reticencia de parte de los espectadores de poner en marcha una nueva edición con un precedente tan cercano en el tiempo y tan icónico, aunque, si algo ha abundado en "OT 2018", sin duda han sido los "memes" que todos sus protagonistas han generado en las redes sociales.

A partir de esta noche ya podrán testar en esos lares las opiniones de sus seguidores durante estos tres meses de encierro, aunque pronto volverán a la Academia para una gala especial de Navidad y para otra en la que se escogerá al representante español en Israel para la próxima gala de Eurovisión.

Allí volverán a reunirse los dieciséis cantantes iniciales, que saldrán al ruedo a partir de febrero con una gira que les llevará, de momento, a Madrid (8 de febrero), Pamplona (3 de mayo), A Coruña (24 de mayo), Barcelona (31 de mayo), Bilbao (1 de junio), Inca (27 de junio), Valencia (29 de junio) y Gijón (21 de julio).

Y, añadidas esta misma noche, se suman tres nuevas citas para ver en vivo a los "triunfitos": Sevilla, el 6 de junio, la ciudad del flamante ganador; el 22 de ese mismo mes, Palencia y, el 6 de julio, la gira recalará en Málaga.

La Junta abona 700.000 euros al Teatro de la Maestranza para su estabilidad

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La Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía ha abonado este jueves una aportación extraordinaria de 700.000 euros al Teatro de la Maestranza de Sevilla con el que cumple el compromiso adquirido de asignar fondos de las anualidades pactadas de 2018 y 2019 para "asegurar la estabilidad económica y el futuro de un coliseo referente en Andalucía".

Esta aportación económica es fruto del acuerdo alcanzado por unanimidad el pasado mes de septiembre en el Consejo Rector del Teatro --integrado por Junta de Andalucía, Ministerio de Cultura y Deporte/INAEM, Ayuntamiento de Sevilla y Diputación de Sevilla) para que cada institución realizara una aportación extraordinaria de 350.000 euros en los presupuestos de este año y el próximo ejercicio.

Según destaca en un comunicado el consejero de Cultura en funciones, Miguel Ángel Vázquez, con el abono de estos 700.000 euros "la Junta cumple una vez más con sus compromisos, da seguridad al Teatro de la Maestranza y garantiza su funcionamiento", ya que esta aportación contribuirá a mejorar su situación económica y a mantener una programación de calidad en un espacio referente a nivel nacional e internacional.

Vázquez recuerda que el Teatro de la Maestranza "lleva más de 20 años invitándonos a descubrir el patrimonio cultural de la ópera y la música, con lo que contribuye de manera activa en el sector cultural, a nivel artístico, pero también al desarrollo económico, ya que la actividad cultural genera empleo y crecimiento".

En este sentido, el titular andaluz de Cultura en funciones ha asegurado que con esta aportación extraordinaria "se salvaguarda el prestigio ganado en los últimos años y se inicia una nueva etapa con más compromiso".

Mary Poppins compite contra Spiderman y Aquaman en los cines

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Esta semana la cartelera llega repleta de superhéroes, ya sea por la nueva cinta animada del hombre araña, "Spiderman: un nuevo universo", por la primera aventura de "Aquaman", o por la secuela de la "superniñera" mágica más querida de la gran pantalla, "El regreso de Mary Poppins".

La niñera más famosa y cantarina de la historia del cine, Mary Poppins, vuelve a la gran pantalla en una nueva versión dirigida por Rob Marshall, con Emily Blunt en el mítico papel que le diera a Julie Andrews su único Óscar.

Secuela de la original de Disney, ambientada 20 años después del clásico de 1964, presenta grandes novedades tecnológicas junto a una infinidad de guiños y homenajes que la convierten en una de las apuestas familiares más deseables para estas navidades.

"Spiderman: Un Nuevo Universo" es la primera cinta de animación 3D de Sony basada en los personajes de Marvel que tiene como protagonista enmascarado al joven afroamericano Miles Morales, como una de las versiones alternativas de Spiderman.

En esta aventura, Miles deberá convertirse en el Spiderman de su universo, teniendo como maestro a un auténtico Hombre Araña de una realidad alternativa; la idea es que todas la versiones de Spiderman de los distintos universos vecinos unidos puedan luchar y derrotar un peligro que amenaza a todo el "multiverso".

"Aquaman" es la primera aventura en solitario del rey de los mares, que deberá salir al exterior para defender el planeta tras descubrir su destino como mitad humano y mitad atlante.

El actor hawaiano Jason Momoa (Khal Drogo en "Juego de Tronos"), que ya debutó como superhéroe en "Liga de la justicia", encarna al mítico personaje del Universo DC acompañado por Amber Heard y Willem Dafoe, además de Nicole Kidman como reina Atlanna.

Galardonada con la Palma de Oro en el Festival de Cannes, "Un asunto de familia" es la nueva obra maestra de Hirokazu Kore-eda, un drama que ha sido valorado por su complejidad, riesgo y sensibilidad para tratar el tema favorito del cineasta: las relaciones familiares.

En la película, una familia de clase baja sobrevive en la difícil ciudad de Tokio a base de robos hasta que, un día cualquiera, conocen una niña abandonada que está helada de frío. Reacios a aceptarla, la madre acabará compadeciéndose de ella sin ser consciente de la identidad que esconde.

"Dantza" es el proyecto más íntimo del director Telmo Esnal, un musical que navega en el imaginario, la estética y los sonidos de las danzas tradicionales vascas, componiendo, con ello, una historia sobre el ciclo de la vida y la evolución del hombre.

Protagonizado por Amaia Irigoyen, Gari Otamendi, Ainara Ranera y Joseba Astarbe, entre otros, este filme de tono dramático llega a contar con hasta 200 danzantes en algunos planos.

"Sobre ruedas" cuenta la historia de un exitoso empresario de edad madura, mujeriego y mentiroso compulsivo que, para seducir a una joven, finge necesitar una silla de ruedas, hasta el momento en que conoce a la hermana de ésta, Florence, que realmente tiene una discapacidad y depende de una para moverse.

Conocido por sus diversos papeles en comedias francesas como la trilogía de "Camping" o "Incógnito", el actor Frank Dubosc ("Le Petit-Quevilly", 1955) ha decidido dar un salto a la dirección con "Sobre ruedas", una comedia romántica que también protagoniza, junto a la actriz Alexandra Lamy.

El humor burlesco y la comedía física se dan la mano en "Perdidos en París", un largometraje firmado, dirigido y protagonizado por Dominique Abel y Fiona Gordon que se adentra en las peripecias de una inocente bibliotecaria y un presumido vagabundo.

Fiona, una bibliotecaria de Canadá, llega a París con el fin de ayudar a su tía Martha, aterrorizada porque va a ser internada en una residencia de ancianos a pesar de que "solo" tiene 88 años. Al llegar a la capital, la protagonista pierde su equipaje y la pista de su abuela, dando comienzo así a una serie de cómicas situaciones que le llevarán a cruzarse con el vagabundo Tom.

El ballet de Romeo y Julieta, técnicamente impecable

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Es habitual, en estas fechas navideñas, que las familias sevillanas puedan disfrutar del ballet clásico con obras como El Cascanueces o El Lago de los Cisnes. De hecho,este año podremos verlas también en el escenario de Cartuja Center, a cargo del Ballet Imperial Ruso, que curiosamente ha completado su oferta con la versión que hiciera en 2004 Mikhail Lavrovsky de un ballet que no se prodiga demasiado, Romeo y Julieta, cuya coreografía original corrió a cargo de su padre Leonid Lavrovsk.

A diferencia de muchos de los ballets clásicos el ballet de Romeo y Julieta fue compuesto por Procófiev en pleno siglo XX y se distingue por tener un alto grado de complejidad rítmica, lo que supone todo un reto para los bailarines. Tal vez por ello Mikhail Lavrovsky potencia con su versión coreógrafica el aspecto teatral de la obra. Para ello se sirve de una escenografía móvil consistente en unos cuantos paneles móviles que determinan diferentes ambientes y espacios de una forma conceptual. Se trata sin duda de un elemento tan funcional como interesante, aunque su carga simbólica no acaba de casar con los paneles pintados, que no solo resultan anacrónicos, sino que acotan el escenario sin demasiado sentido, llegando incluso en algunas escenas a constreñir el movimiento de los bailarines hasta impedir su lucimiento.

Con respecto a la dramaturgia, el ballet reproduce con fidelidad el argumento de Romeo y Julieta situando a los personajes en su época gracias al elegante y vistoso vestuario de Anna Ipatieva, así como algunos elementos de atrezzo, como las armas, que por cierto los bailarines no acaban de manejarlas con la soltura que cabría esperar. Por fortuna, una vez que la obra se adentra en la historia de amor de los protagonistas, Lina Sheveliova y Nariman Bekzhanov tienen ocasión derrochar su dominio técnico, que roza la perfección. Lástima que las transiciones abusen de los apagones, determinando un ritmo del espectáculo un tanto irregular.

Obra: Romeo y Julieta

Compañía: Ballet Imperial Ruso

Coreografía: Mikhail Lavrovsky

Composición musical: Seguey Prokofiev

Intérpretación: Lina Sheveliova, Nariman Bekzhanov, Denis Simón, Masim Minakov, Daria Kirsanova, Igor Tonilov, Vitantas Tarandá, Anna Pashkova, Yaroslav Tykhnivk

Calificación: ***

Víctor Manuel actuará en Sevilla el 16 de marzo

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“Casi nada está en su sitio' es el primer álbum de canciones originales de Víctor Manuel desde 'No hay nada mejor que escribir una canción', allá por el 2008. Tras su reciente participación en la gira 'El gusto es nuestro 20 años”, la publicación de 'Canciones regaladas' -su disco de versiones junto a Ana Belén-, un libro de memorias y el directo '50 años no es nada' era hora de que nuevas composiciones vieran la luz.

El propio Víctor describe muy bien el proceso: “Nunca había escrito tantas canciones seguidas. No sé qué aire me dio, pero ahora y siempre, lo que más feliz me hace es escribir canciones. Comencé pasadas las navidades y fueron saliendo como cerezas enganchadas de un cesto. Cada canción nueva le llegaba inmediatamente a David San José – productor, arreglador – para que preparase una maqueta, cuando iba por la dieciocho me preguntó si pensaba hacer un doble, le dije que no y seguí componiendo unas cuantas más hasta que decidí parar y me costó trabajo, durante días anduve sin saber qué hacer con mi vida. Todo esto que cuento me ocurrió entre el 10 de enero y el 23 de marzo del 2018”, afirma.

“Tengo una ilusión parecida a cuando vi a mis hijos dar los primeros pasos y se me iban los brazos hacia ellos para evitar que se cayesen. Así me siento hoy. Editar un trabajo con canciones nuevas es como un náufrago en una isla desierta que arroja una botella al mar con un mensaje dentro. A ver a quien le llega”, explica Víctor Manuel.

Trece son las canciones que integran este nuevo LP: 'Allá arriba al norte', 'Vaya regalo', 'Así me siento hoy', 'Que se vengan todos', 'Elegir rumbo', 'No me digas', 'Digo España', 'Cuando acabe este vals', 'No me quieras tanto', 'Cachito', 'Nos están preguntando', 'Mujer hablando con su perro' y 'He cortado estas flores'.

“Voy a defender estas nuevas canciones agrupadas bajo el título de Casi nada está en su sito en conciertos pequeños, grandes y allá haya un hueco, tampoco faltarán en esta gira las canciones de toda la vida. Ya lo dije, no hay nada mejor que escribir una canción... y que alguien quiera escucharla. Así que ahí nos vamos a encontrar: en la carretera”, manifiesta Víctor Manuel.

DATOS DE LA ACTUACIÓN EN SEVILLA

Lugar: Cartuja Center CITE (C/ Leonardo da Vinci, 7, Sevilla)
Fecha:sábado 16 de marzo de 2019
Hora:21.00h.
Entradas online: www.victormanuel.esy www.cartujacenter.com

Un cadáver por Navidad

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Cada mes de diciembre, el hacendado Adrian Gray invita a su familia a King’s Poplar, una solitaria mansión ubicada en el campo, para celebrar las fiestas de Navidad. Ninguno de sus seis hijos le tiene cariño, e incluso varios de ellos tienen motivos para desearle la muerte. Y es que sus vidas no son precisamente un camino de rosas —los hay financieramente desesperados, atrapados en matrimonios infelices o frustrados por naturaleza—. Llegado el día de Nochebuena, los invitados se reúnen para cenar y compartir momentos con el patriarca; una situación donde los buenos modales y las sonrisas falsas no pueden ocultar la tensión acumulada durante años. Esto desemboca en que, a la mañana siguiente, Gray aparezca muerto en la biblioteca a manos de uno de sus hijos. Con esta interesante premisa, la escritora inglesa Lucy Beatrice Malleson —verdadero nombre de Anne Meredith— construye una novela policíaca «invertida» compleja y original, que hoy está considerada como una de las mejores del género. Publicada por primera vez en 1933, Retrato de un asesino. Crimen en Navidadno solo permite al lector conocer al responsable del crimen desde las primeras páginas, sino que le insta a acompañar al susodicho a través de un viaje interior apasionante y pocas veces visto en este tipo de obras. No en vano, la crítica del momento la definió como un ejercicio nada convencional y brillantemente escrito en la línea de autores como Francis Iles —perteneciente a la Edad de Oro de las novelas policíacas, y estrechamente relacionado con Dorothy L. Sayers o G. K. Chesterton—, o el tristemente olvidado R. Austin Freeman, quien se declaraba inventor de los misterios invertidos, con títulos como Un testigo silencioso (1914), El misterio de Angelina Frood (1924) o Como ladrón en la noche (1928).

Una «rara avis»

Pero es que además de invitarnos a su sugerente juego detectivesco, Meredith añade el siempre atractivo componente navideño, enlazando su trabajo con creaciones que ya son un clásico por estas fechas, como Asesinato por Navidad, de Francis Duncan, La Navidad de Maigret y otras historias,de Georges Simenon, o Misterio en blanco, de J. Jefferson Farjeon. Títulos a los que se suman Un asesinato en inglés, de Cyril Hare, La nieve carmesí, de Martin Edwards, u Otro pequeño asesinato navideño,de Lorna Nicholl Morgan. Todos ellos tienen en común una casa de campo, un elenco de sospechosos excéntricos, secretos familiares y cadáveres en lugares inusuales que harán las delicias de los aficionados al género. Aunque si por algo hemos de destacar esta rara avis rescatada por Alba Editorial y traducida con rigor por Daniel de la Rubia —sus notas aclaratorias son tan necesarias como encomiables— es sin duda por su increíble capacidad para convertirnos en cómplices de un asesino a la fuerza que ansía, más que nada en el mundo, la libertad. Un enfant terrible con el que llegamos a empatizar por momentos y que nos remite a la tradición cultural de un país y una época decadentista magistralmente retratada por la autora. Su estilo directo, sus descripciones realistas (y al mismo tiempo líricas) contribuyen a elevar el tono de una obra que se lee de una sentada merced a sus capítulos cortos e intensos. Una virtud a la que Anne Meredith añade su talento para el retrato psicológico, su capacidad para exponer problemas familiares y de índole moral o la profundidad real con que dota a los personajes. Todo ello rematado con un final sorprendente que nos recuerda a la mejor Agatha Christie y nos impulsa a explorar más títulos salidos de su pluma.


Celebración rusa con Pushkin y Postnikova

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ROSS ***

XXIX Temporada de Conciertos de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Tatiana Postnikova, piano. Vicent Morelló Broseta, flauta. John Axelrod, director.Programa: Polonesa Op. 49, de Liádov; Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Rachmáninov; Aria de Lensky y Polonesa de Eugene Oneguin, de Chaikóvski; Vals Pushkin no. 1, de Prokófiev; Introducción y Polonesa de Boris Godunov, de Mussorgsky; Obertura de Ruslán y Ludmila, de Glinka; Suite de El Cascanueces, de Chaikóvski. Teatro de la Maestranza, jueves 20 de diciembre de 2018

Alguien con criterio pidió a gritos no hace mucho ¡Más Postnikova! Su proclama ha sido escuchada y en este último concierto de abono de la Sinfónica del año la pianista ha tenido la oportunidad de someterse al reto más complejo y comprometido de su carrera junto a la orquesta: la célebre Rapsodia sobre un tema de Paganini, una obra reservada a los grandes y tan popular que quien más y quien menos la tiene tan interiorizada que resulta más difícil agradar, sobre todo a los más puristas. Ya en febrero de 2014 Postnikova nos deleitó con un Concierto de Martucci en el que se atisbaban generosas influencias de Rachmáninov y nos hacía presagiar una pianista dotada para el lirismo y el romanticismo del compositor ruso. Y efectivamente ahora paladeó cada nota de esta obra concertante, que partiendo del último y diabólico capricho de Paganini, propone una gran variedad de matices y colores en su incesante lucha del hombre con el destino, representado en el recurrente Dies Irae medieval.

Axelrod acompañó siguiendo una estética muy próxima al mickeymousing, sin por ello descuidar sus pasajes más líricos y arrebatados. Pero fue Postnikova quien logró sobre el teclado una lectura impecable, quizás algo falta de mayor empuje y decisión, pero magnífica en cuanto a digitación, fraseo aseado y virtuosismo eficiente. Sensacional el progresivo ascenso hacia el clímax que supone la variación 18, henchido de misterio y por momentos terror; y la propia variación aludida, una inversión del tema original que la pianista resolvió con un emotivo aliento romántico, deteniéndose en cada nota y cada expresión con una dulzura encomiable. Logrado también el final grotesco con la inestimable ayuda de una orquesta poderosa. En la propina la impagable pianista de la orquesta acarició el teclado en un delicadísimo Diciembre de Las Estaciones de Chaikóvski.

Con Aleksandr Pushkin como referente, dos de cuyos poemas leyó con dulcísima voz y expresividad Anastasia Yakushina, uno dedicado al Guadalquivir, Axelrod y la ROSS propusieron un programa amable y distendido, en la línea de esos que tanto gustan a las orquestas ligeras norteamericanas, y que tan apropiado parece en víspera de las fiestas navideñas. Las tres óperas basadas en sus obras más célebres tuvieron su espacio, con Vicent Morelló ofreciendo en arreglo para flauta un Aria de Lensky de Eugene Oneguin refinadísimo y sensual, lleno de sentimiento, que corroboró con el exotismo del Srynx de Debussy que ofreció como propina. La Introducción y Polonesa del Acto III de Boris Godunov de Mussorgsky, en versión para concierto de Rimsky-Korsakov, recibió de Axelrod y la orquesta un tratamiento más elegante que la Op. 49 que Liádov compuso para celebrar el centenario de Pushkin, muy marcado y grueso. Muy delicado por el contrario el tributo en forma de Vals que Prokófiev compuso en el ciento cincuenta aniversario del escritor, y muy versátil y enérgica la Obertura de Ruslán y Ludmila de Glinka. Detallista la siempre agradecida Suite de El Cascanueces, de nuevo con una estupenda Postnikova, esta vez a la celesta, y magníficas prestaciones del resto de compañeros y compañeras, incluida una sección de metales en forma aunque quizás algo prepotente. Un programa ligero y agradable resuelto con energía y profesionalidad.

Las mejores novelas de la Historia (XI)

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Compuesto por cuatro novelas separadas e independientes: Justine, Clea, Balthazar y Montoulive; El Cuarteto de Alejandría es un monumento literario, una de las grandes obras maestras de la literatura de todos los tiempos que se proyecta con fuerza sobre toda la narrativa del siglo XX.

Caso único, las cuatro novelas cuentan la misma historia que se desarrolla ante nuestros ojos de manera hipnótica desde el punto de vista de cada uno de sus personajes, como un complejo puzle que se forma en nuestra cabeza y que va consolidando con cada línea una atmósfera decadente y poderosa en la que los protagonistas son indiferenciadamente Justine, una enigmática mujer llena de secretos y Alejandría, la ciudad a la que encarna. La gran Alejandría de los años treinta, capital del mundo, donde se hablaban cinco idiomas y se practicaban todos los cultos. Una ciudad oculta, subterránea, secreta, eterna, condenada a desaparecer y al mismo tiempo a vivir para siempre.

La escritura de Lawrence Durrell es intensa y se va formando por superposición, cuando la ciudad y los personajes se influyen, cambian y su espíritu va creciendo hasta llenar cada página. Es una descripción de la ciudad a partir de cada uno de sus personajes y de los personajes a través de las mutaciones de la ciudad.

Una novela que parece encerrar una clave oculta y que nos inquieta profundamente a la vez que nos hace testigos de un mundo que se desvanece.

Un análisis del amor y de la sensualidad.

El Cuarteto es una obra imprescindible, capaz de cambiar la visión de la literatura y del mundo a quien se adentre entre sus páginas.

Las mejores películas del siglo XXI (VIII)

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Terrence Malick fija la atención en ese momento histórico en el que los primeros colonos ingleses llegaban a América y utiliza la famosísima historia de amor imposible entre Pocahontas y el Capitán Smith, como excusa para volver a convertir en un enorme poema la pantalla. El nuevo mundo no es una película que hable del amor. El nuevo mundo es un canto melancólico a la pérdida de identidad del ser humano cuando dejó de estar pegado a la Tierra, a su único hogar. El drama fue y sigue siendo tremendo puesto que el hombre no puede serlo sin su entorno. El Paraíso y la pérdida de la inocencia son temas muy recurrentes en la corta obra de Malick.

Es verdad que la historia entre el buscador de fortuna John Smith (encarnado por un serio y profundo Colin Farrell) un tipo valeroso, inundado de valores; y la joven que no evita descubrir el mundo y hacer suyo lo propio y extraño, Pocahontas (’juguetona’), papel interpretado por una maravillosa Q´Orianka Kilcher; es muy llamativa, muy seductora. Pero Malick solo cuenta lo que le interesa, lo que puede estar al servicio de lo que él entiende que es fundamental: la madre naturaleza, el edén despreciado y maltratado por sus hijos. Le gusta más presentar a los indios powhatan como parte de la Naturaleza, como otro animal más, no se entienden esas cosas por separado. Lo de Pocahontas es anecdótico.

Malick va dibujando, plano a plano, un mundo idílico. El fotógrafo Emmanuel Lubezki realiza un trabajo portentoso (se rodó en 65 mm, con la luz del amanecer o del atardecer y usando, en muchas secuencias, la steadicam; buscando las zonas sensibles de los cuerpos para contar la historia de amor, buscando planos oblicuos que aportan sensación de prisas, de pasiones; nada es casual en el trabajo de Lubezki). Malick utiliza la voz en off para ir haciendo crecer a los personajes y lo hace con esa voz porque es la que trata de representar el pensamiento. Los diálogos se hacen breves, los silencios se convierten en las zonas narrativas más relevantes, los ojos de los personajes se muestran siempre con un punto de misterio, huidizos. Todo ocurre al ritmo de un tiempo ancestral que parece detener y detenerse. El azar y la necesidad son la misma cosa; los hombres se equivocan y todo ocurre al ritmo del error que supone no saber que lo bueno del universo se pone en peligro.

Q´Orianka Kilcher y Colin Farrell están acompañados por Christian Bale (discreto), Christopher Plummer, David Thewlis y Wes Studi (¿recuerdan a Mawa, el señor de la guerra de los hurones en El último mohicano?). El conjunto funciona muy bien.

El adagio del Concierto para piano No.23 de Mozart nos acerca al amor; el Preludio de Das Rheingold de Wagner nos arrastra a ese descubrimiento de las nuevas tierras.

No puedo dejar de señalar una parte de la trama que suele pasar desapercibida y es sumamente importante y divertida. Un jefe indio viaja a Inglaterra para «buscar a ese Dios del que tanto hablan». Le veremos buscando en los jardines, en espacios abiertos. No encuentra nada, claro. Y no entiende cómo no puede estar en la Naturaleza. Antes ha estado en un templo y allí ve una imagen, pero no le debe parecer ni un dios ni nada de nada. Y es que Dios (si es que existe) y el universo no pueden ser cosas distintas.

Película preciosa, lenta, reflexiva, profunda. Una de las mejores filmadas en este siglo.

«¿Qué son las fronteras?»

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Niño talentoso aunque inconstante en los estudios, aspirante a héroe, dibujante frustrado, poeta intuitivo, piloto caótico... Algunas figuras de El Principito tienen su origen en los recuerdos biográficos de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), como los baobabs, especie de árboles que son una reminiscencia de sus escalas en Senegal; o el farolero, a quien conoció durante unas vacaciones en Saint-Maurice-de-Rémens. E incluso el propio protagonista, que estaría inspirado en Pierre Sundreau —le petit Pierre—, un niño de doce años que vestía bufanda y leía como un poseso y a quien el autor conoció gracias a una carta de felicitación por su libro Vuelo nocturno. Pero curiosamente ninguno de ellos aparece en la propuesta teatral de Teatro Clásico de Sevilla que se estrenó este pasado viernes en la Isla de la Cartuja. Y es que La Principita, con guion y dirección de Alfonso Zurro, tiene en común con el clásico el personaje del piloto, el escenario inspirado en el Sahara y algún que otro elemento que nos lleva a pensar en la inmortal historia de 1943, pero poco más. Todo lo mágico, creativo e incluso dramático que ocurre en los sesenta minutos que dura el espectáculo, es obra del director, de su equipo de producción y de unos actores en estado de gracia. Hasta tal punto que podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que esta aventura escénica supera en numerosos aspectos a la obra original; o cuanto menos la actualiza.

Guiños al espectador implícito

Partiendo de un escenario vacío y pretendidamente teatral, lo primero que sorprende de esta Principita es su intención desmitificadora del cuento de Saint-Exupéry; una obra que a fuerza de ser recomendada por libreros, educadores y críticos durante más de ochenta años, se les ha atragantado a varias generaciones de lectores. No en vano, El Principito es de esos libros que deberían degustarse más de una vez en la vida y a diferentes niveles, como ocurre con El Quijote, y por supuesto hacerlo por vocación y/o voluntad propia, nunca por obligación. En ese sentido, la gran aportación de Zurro es brindarle a los espectadores un material sensible y de varias capas, donde el niño disfruta desde lo lúdico, visual e incluso cómico, y los adultos desde la mordacidad y la crítica. Dicho esto, el montaje de Teatro Clásico, aparentemente sencillo en su arranque y excepcionalmente complejo a medida que avanzan los minutos, coincide con el original en su embate descarnado a la sociedad moderna y los ideales del hombre civilizado. Aunque en ese aspecto el libreto huye del academicismo encorsetado de los clásicos—algo que Zurro ya hizo anteriormente con Hamlet y Luces de Bohemia— y de las previsibles lecturas feministas más allá de la pura anécdota; inclinándose en su lugar por los guiños al espectador implícito —no faltan alusiones a las muchas hipotecas de nuestra vida diaria: desde la obligación de hacer deporte a la de aprender inglés, pasando por el uso constante del teléfono móvil— y la sátira con ecos de Shakespeare, Jarry y Beckett, donde la niña protagonista representa la pureza frente a los vicios, obsesiones y anhelos materiales del ser humano.

Tres genios sobre el escenario

En ese viaje onírico y profundamente estético, el texto puede leerse en clave mesiánica, new age, comiquera o extraterrestre, e incluye homenajes al universo de Ende — resulta inevitable pensar en la extraordinaria Momo—, el existencialismo de Sartre o la lucha interna de Salinger. Aunque el motivo que lo vertebra en su mayor parte es la denuncia de los límites geográficos, el problema de la inmigración y el discurso xenófobo («¿Qué son las fronteras?»). Para ello la compañía se vale de un arsenal de recursos que van desde el clown a la máscara contemporánea, pasando por las marionetas, las sombras chinescas y la performance. Un material sensible magníficamente diseñado por la compañía que se acompaña de la escenografía de Curt Allen Wilmer —no excesivamente original pero sí profundamente práctica—, el colorista vestuario de Carmen y Flores de Giles y la videoproyección de Fernando Brea, uno de los grandes aciertos del espectáculo junto a la música de Jasio Velasco. Aunque no cabe duda de que los verdaderos responsables de que el barco navegue con rumbo fijo son los tres actores que defienden la arriesgada idea de Alfonso Zurro. Estos son Alicia Moruno como una brillante Principita —su trabajo físico y vocal es deslumbrante—, Manuel Rodríguez como el entrañable piloto, y especialmente Javier Centeno, en una nueva demostración de su inagotable talento, como Antoine y resto de personajes. En suma un trabajo vistoso, reflexivo y de final sobrecogedor, producido con gran gusto por Juan Motilla y Noelia Diez, que confirma el buen estado de forma del teatro andaluz en general y de Teatro Clásico de Sevilla en particular.

Nessun Dorma: La ‘Turandot’ de Bob Wilson

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No, nadie se dormirá durante las representaciones de Turandot, porque la interpretación de la Orquesta Sinfónica de la Comunidad de Madrid, titular del Teatro Real, dirigida por Nicola Luisotti, así como el coro, están soberbios, con una ejecución matizada, fluida, precisa, que utiliza la sala como caja de resonancia y mantiene el espíritu de la función muy arriba, a pesar de ciertos desatinos de la dirección escénica. Por eso reciben el aplauso más destacado cada noche.

Porque los cantantes están correctos, que es mucho menos de lo que deberíamos decir para una ópera emblemática como ésta, sobre todo en el caso de la soprano, Irene Theorin. Y entonces recordamos que Nina Stemme canceló su participación justo antes de comenzar los ensayos por enfermedad, porque la vimos interpretando esta ópera en el Metropolitan de Nueva York y no la olvidaremos nunca. Aquí solo Yolanda Auyanet destaca discretamente en el papel de Liu.

Robert Wilson es un especialista en la iluminación, así que no podemos decir que no consiga crear con la luz unos espacios de gran belleza plástica, misteriosos, depurados, aunque no salimos muy convencidos de que eso sea lo más adecuado para componer esa atmósfera turbia, lujosa y solemne que Turandot suscita.

Las dos líneas de luz blanca, que separan en teatro en tres planos, fuerzan durante toda la función los ojos del sufrido espectador, que no les encuentra el sentido. A un lado quedamos el público y la orquesta, en el medio están el coro y los actores, sobre el escenario; mientras que al fondo vemos una pantalla donde se realizan proyecciones y se simulan ortos lunares.

Una pantalla de la que parece que han salido los actores para enfrentarse con nosotros, como si esto fuera La rosa púrpura de El Cairo–o un montaje de La Cubana-.

Es que la dirección ha impedido la interacción entre los personajes, algo que es básico para aprehender el sentido profundo de Turandot, porque esa princesa fría no se enfrenta con su audiencia, no está enamorado de ninguna persona de la sala el príncipe Calaf, ni suspira por un músico de la orquesta la pobre Liu. Nosotros somos parte en la corte de esa ciudad inaccesible y prohibida, pero siempre los esclavos, que deberíamos atender anonadados lo que ocurre en el interior de ese círculo áulico -entre esas potencias- para ejemplo y escarmiento.

Pero siempre desde detrás de la cuarta pared. Fuera de las murallas de Pekín.

Al traernos aquí, el director provoca una confusión entre los destinatarios de los sentimientos que flotan en el aire: esperanza, deseo y soledad.

Les ha prohibido a los actores el mínimo gesto, así que todo se mima, desde el toqué del gong –momento crucial de la trama- hasta el suicidio de la esclava. Los cantantes ejecutan sus partituras como si esto fuese una versión en concierto, pero además como si nosotros les hubiéramos hecho algo, rompiendo las sinergias propias de ese mundo exótico del que viene la historia, traído a esta noche por los libretistas.

Vemos durante unos minutos la divinidad del Emperador levitando, extática y a media altura, sí, esto es muy efectista –bellísima la imagen- y nos transmite perfectamente su carga simbólica, pero después el monarca desaparece, llega un momento en el que el coro le invoca y nos dan ganas de girarnos para ver si es que estuviera en el palco real. En esa ausenciase desconvoca la corte, campo de juego inevitable del reto entre Turandot y Calaf y nos sentimos huérfanos. Porque la desubicación en el escenario de ese personaje, en torno a cuya figura olímpica se construye la representación, es un fallo más, en cuanto que es la alegoría de ese mundo, salvo que lo quisiéramos leer como un eclipse durante el cual se altera la naturaleza de las cosas, algo demasiado retorcido como para ser la intención del director.

Un solo mérito, los juegos de luces y oscuridad, las proyecciones, una gigantesca celosía arrugada que simula un bosque inaccesible, consiguen, en ocasiones, que disociemos la música de su contexto habitual y aislemos ciertos pasajes de entre los menos familiares, casi como si fueran de música contemporánea, ahí es quizás donde esté el mejor Puccini, en plena madurez musical y con un pie en la tumba. El artista que se reinventaba con esta composición, el amigo y admirador de Schönberg, padre de la música atonal y del dodecafonismo.

Por lo demás, mucho movimiento mecánico de manos y cabeza de los ejecutantes, que sin el pretexto psicoanalítico y perturbador que Wilson les otorga en otras funciones teatrales que ha dirigido, más maleables, en las que la dirección puede intervenir en el texto, cargándolo de significado, pasan aquí por guiños a la ópera Kunqu.

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